Artículo escrito por Rosa Montero y publicado en El País Semanal el 26.10.2014
«Leo en un interesante libro de la psicóloga clínica Grela Bravo que casi el 10% de la población vive con dolor crónico de diversa intensidad. Ella misma forma parte de ese grupo de personas y el libro se titula Sobrevivir al dolor (Plataforma Editorial) y ha estado en las listas de más vendidos, cosa que no me extraña porque es un tema poco usual; como la misma Bravo dice, sobre el dolor pesa un tabú social. Desde luego sucede así con el dolor del corazón, con los duelos por la muerte de alguien, con la pena de vivir cuando la vida es penosa; pero sin duda, como bien apunta la autora, también ocurre con el dolor físico, cuando el cuerpo se rebela y se convierte en un enemigo que te maltrata y aprisiona.
El texto de Bravo habla del dolor en general, pero los apéndices tienden a centrarse en la fibromialgia, aunque desde luego ése no es ni mucho menos el único dolor crónico que existe. Hay infinidad de dolores de espalda, así como daños neuropáticos irrecuperables tras intervenciones quirúrgicas y accidentes. Por no hablar de la legión de jaquecosos y migrañosos o del casi 3% de enfermos de Parkinson, por ejemplo. Sí, puede haber mucho sufrimiento asociado al cuerpo a lo largo de la vida. Y lo asombroso es la capacidad que tiene el ser humano para sobrellevarlo y adaptarse.
No puedes ignorar ese dolor, tienes que adaptar tu vida a ello; pero no puedes rendirte.
De esa capacidad es de lo que escribe Grela Bravo en su libro, que en principio tiene el formato de un texto de autoayuda, pero que es más poético que otra cosa. En cierto sentido echo de menos que la obra hubiera sido más testimonial, que hubiera hablado más de lo personal y lo concreto, pero comprendo que es un tema que se sitúa en la esfera de lo indecible y que hay que acercarse a él dando rodeos. El dolor, explica en primer lugar Bravo con formidable lucidez, es lo que el paciente dice que es. No hay manera de medir el dolor objetivamente; el facultativo tiene que escuchar y respetar lo que dice el enfermo. Y esto no siempre sucede. La clase médica tiende a desesperarse ante las enfermedades que no consigue curar y esa frustración suele descargarla con el paciente. Recuerdo ahora el caso de Pierre Curie, cuyos huesos se estaban deshaciendo a causa de la radiactividad y que sufría dolores terribles; sus médicos, que ignoraban los letales efectos del radio, vinieron a decir que lo que le pasaba a Curie es que estaba demasiado nervioso. La culpabilización del enfermo ha sido una constante en las dolencias poco conocidas. Hasta ayer mismo, las enfermas de fibromialgia han sido tratadas como histéricas empeñadas en llamar la atención; y todavía hay síndromes, como el de Sensibilidad Química Múltiple, que siguen sin ser plenamente aceptados. Qué terrible que tu dolor sea banalizado y considerado un síntoma de desequilibrio mental. Como si, igual que un niño caprichoso, te empeñaras en seguir sufriendo.
Esa falta de respeto y de apoyo médico empeora sin duda el aguante del dolor. Hace algunos años se hizo un experimento con un grupo de enfermos de ahora no recuerdo qué dolencia. Al 25% del colectivo no se le administró ninguna medicina; a otro cuarto se le dio el tratamiento correcto; el cuarto siguiente recibió un placebo, y los restantes, por último, tomaron también un placebo, pero sabiendo que lo era. Pues bien, los que más mejoraron fueron, naturalmente, los que recibieron la medicina adecuada y, después, los que ingirieron el placebo inconscientes de ello. Pero, para pasmo de los investigadores, resultó que los que tomaron a sabiendas las medicinas de mentira también mejoraron con respecto al grupo que no recibió ningún tratamiento. ¿Y por qué sucedió eso? Pues el trabajo no extraía conclusiones causales, pero yo creo que es evidente que los enfermos a los que nadie hacía caso siguieron encerrados en su dolencia, mientras que las personas que tomaron placebo de manera consciente por lo menos gozaban de la plena atención de los médicos y eran seguidos estrechamente en su evolución. Necesitamos que nos escuchen y que nos tengan en cuenta. Una buena relación con tu médico disminuye la percepción de tu dolor, y también hay estudios que demuestran esto.
Lo que más me ha gustado del libro de Grela es el camino que señala para atravesar el dolor, un difícil pero espléndido trayecto que exige, en primer lugar, asumir que no puedes ignorar ese dolor, que tienes que admitir tus limitaciones y adaptar tu vida a ello; pero, una vez hecho esto, hay que tener claro que no puedes rendirte. Tu vida es mucho más grande que tu dolor, y la actitud, explica la guerrera Grela Bravo, es lo que mide la diferencia entre el dolor y el sufrimiento. Y, como decía el neurólogo y psiquiatra Viktor Frankl, que sobrevivió durante tres años en los campos de concentración nazis de Auschwitz y Dachau, lo único que no te pueden quitar es la actitud».