El miedo es un callejón oscuro

Ser feliz, y no autosabotearse en el intento.


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¿Qué garantías tienes de no volver a recaer? -le pregunto a mi paciente hoy. “Pues esta vez lo hice distinto […]”.

Sí, pero ¿qué garantías tienes? -le vuelvo a preguntar. “Es que estoy convencida, sabes, lo hice conscientemente y tranquila […]”.

¿Pero cuáles son tus garantías? -le insisto serena y a la vez empecinadamente por tercera vez. Se toma una pausa, mira sus manos, cada vez menos segura. “Pues que lo decidí yo y me aferraré a mi decisión para no volverlo a hacer…”.

Me mira. Sabe que algo en sus respuestas no checa con la realidad; espera alguna palabra mía para hacer luz ante esta incógnita.

No estábamos hablando de una recaída en sentido estricto, como por ejemplo a consumir alguna sustancia ilegal. La recaída era a algo mucho peor: a no creer en sí misma. Y por lo tanto, a no creer que merece lo que quiere y sueña, y para lo cual trabaja tan tenazmente sobre sí misma desde que decidió entrar a un consultorio de psicoterapia (el mío).

Su recaída y aquella de todas las personas criadas en hogares con dinámicas adictivas, tiene que ver con el repetir patrones de conducta que alimentan el “no puedo, y como no puedo, me quedo con las “migajas” que recibo, ya que no sé “hornear pan”. Es más fácil así”.

Ella y todos aquellos han vivido junto a personas con problemas de adicciones viven con la abominable creencia de que no merecen algo mejor.

Más aún: se desplazan entre altibajos emocionales que a la larga resultan muy cansados. Cuando están muy felices y sienten que pueden lograrlo, se activa en ellos un mecanismo de auto-sabotaje por el cual comienzan a ponerse trabas que los llevan a estar convencidos de no lograrlo. Por más pequeños que sean los objetivos. Emocionalmente, esta “felicidad” y motivación les dura lo que un soplo, puesto que el auto-sabotaje trae consigo tácitamente el mecanismo de la evitación. Sí, por más extraño que parezca, esto implica también evitación a sentir felicidad.

Si, por el contrario, atraviesan una crisis, entonces será mucho más sencillo tomar el camino ya familiar y evitar enfrentar el conflicto, puesto que ya contarán con los pretextos indicados: no puedo hacerlo, y como no puedo regreso a mi callejón oscuro hecho de -probablemente- alcohol sin control, relaciones dañinas, acciones que ponen en riesgo mi vida, y la lista sigue de acuerdo a las formas de auto-destrucción preferidas por cada quien.

En realidad, en el fondo de ese callejón oscuro donde esta persona se refugia para evitar pensar, sentir y vivir, yace un miedo espantoso a ser feliz, cuyo núcleo funciona al ritmo de falta de fe.

En sí misma, desde luego.

Y como ella no cree que realmente puede tener y vivir lo que desea, ser feliz, merecer un buen hombre que la quiera y la respete, ni mucho menos merece alcanzar sus sueños, tiende a regresar a su círculo vicioso de auto-destrucción paulatina, inexorable. Vuelve a lo conocido, a sus relaciones tan familiares y tan nocivas, evitando enfrentar y sentir.

Hasta que llega un día en el cual esta «seudo vida» ya no se la compra. El día en que se rebela. O al menos intenta hacerlo, respondiendo a esa profunda intuición de que hay algo más, debe de haber algo más para sí misma.

Es aquí donde el trabajo terapéutico se hace verdaderamente significativo, ya que no se centra en una “contra venta”, es decir no nos dedicamos a convencer a esta persona de sus múltiples cualidades, hermoso corazón, aguda inteligencia, sentido del humor y enormes capacidades.

Nada de esto. El trabajo real es llevarla a tocar con mano su miedo a vivir y ser feliz, para sentirlo profunda, desgarradamente, porque sólo así puede comenzar la verdadera cura.

Paso siguiente: en el callejón comienza a vislumbrarse un poste de luz, y luego otro, hasta iluminar poco a poco el camino que la lleva hacia su propia fe, el aprendizaje hacia la autoestima, el autocuidado, el creer en sí misma.

Y esto para poder vivir a todo pulmón una nueva certeza de vida: (me) amo, ergo sum.

Comentarios a esta nota

  • Bere comentó:

    Hola Fran!! Seguro que es dificil mirar nuestros miedos y darles batalla… algo ke a mí me ha ayudado es vivir un día a la vez, y si aun me parece dificil, lo hago un instante a la vez… jejeje así en pequeñas dosis los miedos no se ven tan grandes, claro que en mi caso se que una recaida siempre está latente, así que procuro andar con los ojos abiertos para no auto-saboterme!!Ü nadie dijo que la vida era facil, pero seguro es muy divertida!!


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