RESPUESTAS

Ya saben a lo que me refiero.


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¿Les ha ocurrido alguna vez que en algún momento de su vida hayan dejado a un lado su amor propio y sentido de responsabilidad? ¿Qué hayan olvidado su consciencia, por así decirlo, a cambio de unos cuantos segundos de placer, mezclados quizás con algo de culpa y una buena dosis de adrenalina? Por un instante, pocos segundos realmente, pero cuyas consecuencias podrían haber cambiado el rumbo de su vida para siempre.

Ya saben a lo que me refiero.

Esto le ha ocurrido a mi paciente. Y no dudo que a muchos más. A ella le ha tomado años decidir hablar del tema.

Porque de este y de muchos otros temas relacionados con sexualidad, placer y sus consecuencias, no siempre placenteras, no se habla. Un programa de radio por aquí, un folleto por allá, alguna amiga en crisis a lo mucho. Sabemos que pocos hemos tenido la gran fortuna de escuchar a nuestros educadores -padres, maestros- sacar a colación temas tan incómodos cuanto relevantes.

Ella lo hizo conmigo hace apenas una semana, empezando por un tema sí delicado e íntimo, pero evitando el punto que más le apremiaba.

Capítulo siguiente: concertó una cita con un ginecólogo, por primera vez en su vida. Siente temor, ansiedad, pero cuenta con un nuevo impulso que la motiva a no detenerse. Ni siquiera ante la pérdida repentina de un familiar que ocurre un par de días después.

Llega a la consulta conmigo sucesiva a aquella con su médico con la angustia a flor de piel. Es entonces cuando destapa el tema: me confiesa querer hacerse la prueba de VIH. Dice que sí lo hizo, que en algunos momentos de su vida perdió la cabeza, pero sobre todo el respeto hacia sí misma, su sentido de responsabilidad. “He tenido relaciones sin protección”, revela casi temblando.

La observo, la escucho, la aliento. Se encuentra muy dispuesta a conversar acerca del tema, aún entre lágrimas y risas nerviosas, y me doy cuenta que, como ocurre muy a menudo, gran parte de su angustia deriva de la ignorancia.

A los pocos minutos de instruirla acerca del VIH, de la posibilidad actual de vivir con el virus teniendo una vida sana, normal y larga, le cambia el semblante.

Al invitarla a que considere ser acompañada por su pareja o alguna amiga a realizarse el estudio, la prueba de ELISA, adquiere aún más tranquilidad. Deja el consultorio tras muchos suspiros e igual determinación.

Los pocos días que siguen representan para mí una gran lección de vida de una gran mujer: mi paciente.

Dice sentirse aterrada, pero no contempla el replegarse ante ello. Me comenta que no puede seguir con el patrón de evitación que la ha acompañado la mayor parte de su vida. Me comparte que aquí, en el consultorio, ha aprendido a conocerse sin tapujos, a quererse sin indulgencias, a exigirse aprender a ser feliz, sin escatimar en los errores como grandes compañeros de este regocijo.

Y agrega que ya no puede fingir ceguera ante tantas enseñanzas; por más la invada el miedo, dice, no se puede echar para atrás.

Decide que le pedirá a su pareja o a una amiga que la acompañen. Y me pide estar con ella cuando conozca el diagnóstico. Me siento honrada y contenta, y orgullosa porque en cada paso -y vaya que fueron varios en tan sólo unos días- ella ha demostrado una enorme capacidad de enfrentar con seriedad y compromiso una situación considerablemente estresante; la habilidad de rodearse de personas que sí le pueden servir para su propósito: su pareja y amiga como apoyo moral, su terapeuta para el apoyo emocional y práctico. Y aún más: le compartió a su padre su intención de hacerse la prueba, y él también le demostró una profunda comprensión y apoyo.

Ella se arriesgó y se enfrentó a la consecuencia de sus actos, y obtuvo mucho más de lo que esperaba.

Me avisa que hoy estarán los resultados, por lo que recorto un tiempo apropiado para la sesión a la hora de comida. Estoy algo nerviosa y preocupada, pero sé qué es lo que me corresponde hacer, y no siento temor.

Preparar emocionalmente  a una persona para enfrentar un diagnóstico es algo que aún no había hecho en el consultorio. Parece que mi experiencia personal me sirvió mucho, y me sentí muy cómoda haciéndolo.

Es un trabajo en el que se debe contar con información pertinente respecto al diagnóstico y al pronóstico; se debe contar con mucho equilibrio emocional para transmitirlo al otro, sin caer en optimismos pero tampoco en lo contrario. Es muy importante trabajar con los miedos del paciente y llevarlo de la mano a través de un camino de imaginación: qué pasaría si la prueba fuera positiva (a VIH, en este caso) pero también si fuera negativa, midiendo el sentido de realidad del paciente y aportando información muy puntual y práctica en caso de que sus ideas fueran poco realistas. Reforzar la red de apoyo real del paciente, sus posibilidades ante ambas eventualidades, y mostrar nuestro apoyo sincero, ante cualquier posibilidad.

Fue muy especial el compartir con ella como terapeuta este trabajo de preparación, así como abrir un sobre que no estaba a mi nombre para informarla del resultado, como ella me pidió.

Este resultó negativo a VIH. Mi corazón se aligeró junto con el de ella.

Me esperaba varias de las reacciones que mostró sucesivamente: su alegría, alivio, la angustia por la angustia vivida, su culpa, su enojo y más alivio y lágrimas.

Lo que no me esperaba es que lo primero en lo que ella pensó fue educar. Ahora no quiere sólo seguir repartiendo consejos a sus sobrinas y amigas cuando se lo pidan: tiene la firme intención de compartirles esta aventura, completa, junto con sus temores y sus errores, y enseñarles la hoja que me pidió abrir por ella, y que comprueba el gran amor propio que ha aprendido a lo largo de este camino y que está practicando cada vez mejor.

Educar a la autoestima y al autocuidado es una de las tareas más difíciles e importantes para la vida de sus hijos. Y no se logra diciéndoles lo que no deben hacer, sino a través de otros métodos que implican un trabajo cotidiano en el cual se les enseña a quererse, a respetarse, a valorarse y a no negociar nada, absolutamente nada que pueda poner en riesgo su salud y su vida.

El VIH no es una enfermedad, es un virus que, al tenerlo en nuestro cuerpo, implica una condición no reversible pero no mortal, comparable con la diabetes. Al resultar positivos a la prueba de VIH, cuyo resultado se entrega hasta en un día, implica realizar necesariamente unos cambios en el estilo de vida y probablemente la toma de medicamentos antirretrovirales, gracias a todo lo cual se puede vivir una vida sana, estable y larga.

El planear la maternidad y la paternidad implica nuevos aprendizajes para los futuros padres. El formarse, buscar apoyo y orientación para lograr crear en los hijos la autoestima y el autocuidado que los protejan de ésta y muchísimas otras situaciones de riesgo es un deber.

El educar al amor propio es una cuestión de vida o de muerte.

 

Comentarios a esta nota

  • Patricia Cruz Flores comentó:

    Me declaro fan de esta página, sin duda. Hoy es el primer día que he ingresado y sorpresivamente leí un artículo que me llegó al corazón «Respuestas», así que los subsecuentes los leeré acompañada de una deliciosa taza de café para disfrutarlos, como todo un postre.

    Como lo he dicho siempre, es una fortuna estar cerca de una psicóloga y enseñante tan profesional como tú, pero sobre todo un excelente ser humano. Gracias por compartir tus experiencias, opiniones, conocimientos y secretos (me refiero a esa salsa bolognesa).


    • Francesca comentó:

      Querida Paty, muchas gracias por dejar tu comentario, por tus palabras y por ser una constante fuente de inspiración para mí, en lo profesional como en lo personal. Un fuerte abrazo!


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